Este verano me he tomado unas cuantas cañas. Para algunos una caña es un vaso con cerveza que sale de un grifo, más o menos fría, con más o menos espuma, con más o menos gas. Pero para muchos amantes de la cerveza, una caña bien tirada es fácilmente reconocible, sobre todo si vives en Madrid. Una caña bien tirada no admite más o menos nada, sólo respeto por las cosas bien hechas, que es lo mismo que respeto por el cliente.
Cuando alguien vende, se nota si respeta el producto y lo trata con cariño porque hasta las cosas aparentemente más nimias necesitan conocimiento, paciencia y buen hacer. En España durante mucho tiempo nos hemos dedicado, no ya a maltratar, sino a masacrar muchos productos. El café es un buen ejemplo. Pese a nuestro pasado colonial, que teóricamente nos debería haber enseñado tres o cuatro cosas sobre cómo hacer buen café, la mayoría de los bares y cafeterías de este país sirven un brebaje oscuro lamentable. En Portugal, señores, nos dan mil vueltas, allí el café se mima. En Holanda y Alemania en estos momentos están surgiendo numerosos cafés independientes donde seleccionan granos de origen sin mezcla, se tuestan en el propio local y se preparan con filtros especiales. Los he probado y son maravillosos.
Esta manía tan nuestra por destrozar el producto es un virus que se contagia con facilidad. El pan es otro testigo resignado de este fenómeno. Comer buen pan es una heroicidad, vivas en una gran ciudad o incluso en muchos pueblos, hasta tal punto han extendido sus tentáculos el mal pan semi-congelado y las harinas ultrarefinadas. Irónicamente, con la crisis muchos empresarios se han lanzado a abrir cadenas de café, pan y bollería, en locales con una decoración ‘rústica y natural’, pero donde el producto es industrial hasta el tuétano, sin matices, sin sutileza.
Hasta aquí las malas noticias. Las buenas es que estamos ya inmersos en el auge de una ‘tercera ola’ de negocios que miman la experiencia de cliente con base en el profundo conocimiento del producto. En Lantern creemos que existe una poderosa oportunidad de negocio en reconectar con los consumidores produciendo cosas con honestidad y cariño; mezclando la tradición pero sin miedo a innovar y a experimentar, da igual si es una cerveza, un café o una hamburguesa. Esta tendencia es imparable porque el ser humano, una vez que educa sus sentidos, es capaz de discernir. Y cada vez más gente se está dando cuenta de que maltratarse consumiendo producto ‘mal tratado’ es un mal negocio.
Post anteriormente publicado en APD.es