Recientemente tuve la oportunidad de asistir a una muy interesante conferencia impartida por Luis Garicano, catedrático y director de departamento en la Escuela de Economía y Ciencia Política de London School of Economics. Esta vez (casi) no habló de política (es el asesor máximo en temas económicos de Ciudadanos), sino que se centró en trazar escenarios sobre hacia dónde se encamina la sociedad en un tema tan central en nuestras vidas como es el trabajo. Perdonad de antemano las posibles imprecisiones u omisiones, pero aquí comparto un breve resumen en base a las notas que tomé.
• El valor marginal del trabajo viene dado por el tamaño del mercado. Un magnífico programador de software, por ejemplo, vale mucho más en Apple que en una pyme española de software, porque el alcance e impacto de su talento es global, la gestión de su trabajo será de primer orden y las interacciones con otros trabajadores como él tendrán un efecto multiplicador. Moraleja: en España necesitamos empresas con más escala, menos micropymes.
• Hemos entrado de lleno en lo que Sherwin Rosen, de la Universidad de Chicago, aborda en su estudio The Economics of Superstars. La globalización y la propagación instantánea de la información, el talento creativo y el contenido a través de plataformas de difusión como internet, redes sociales o streaming han generado que un número reducido de personas ganen cifras de dinero enormes y dominen el área de trabajo en las que desarrollan su actividad. En una economía globalizada y bajo el efecto de ‘el ganador se lo lleva todo’, se da la paradoja, por ejemplo, de que el mercado de la música clásica nunca haya sido tan grande, pero sin embargo apenas un puñado de estrellas solistas dominen los escenarios internacionales. Por el contrario, sus compañeros de profesión de segundo o tercer nivel apenas tienen relevancia y generan unos ingresos muy inferiores. Hace cincuenta años, una cantante de tercera podía tener su público y ganarse la vida ofreciendo recitales en ciudades de provincia de cualquier país. Hoy, los melómanos de cualquiera de esas ciudades solo pagan por escuchar a las estrellas globales como Netrebko, Fleming o DiDonato. En resumen, en muchas áreas del trabajo se abre un abismo entre ‘los primeros de la clase’ y el resto.
• Nos encaminamos hacia una época de bajo crecimiento en muchos sectores. Esto afecta a las empresas y su capacidad de distribuir las rentas que capturan en su actividad económica con su fuerza de trabajo vía aumentos salariales significativos. Esto se entiende con facilidad: en Occidente asistimos a tasas de natalidad raquíticas (un suicidio demográfico del que poca gente habla), y por tanto es difícil generar crecimiento vía tamaño del mercado. Por otro lado, los incrementos en productividad no son significativos, no solo en España, sino en otros países de nuestro entorno. En el Reino Unido están muy preocupados con este tema, y han creado grupos de trabajo a fin de solucionarlo. Según Garicano, una mejora en la calidad y capacidad del ‘management’ tendría impacto en la productividad.
• Además de las consabidas tasas sub-óptimas de natalidad y productividad, hay gente que defiende que no vamos a experimentar super-ciclos de expansión con origen tecnológico. Citando al profesor Robert Gordon, de Northwestern University en Chicago, ya hemos sacado casi todo el potencial en rendimiento productivo a las tecnologías que, nacidas a fin del XIX y principios del XX, catapultaron nuestras economías tras la segunda Guerra Mundial. La expansión industrial de tecnologías como la electricidad o el motor de combustión ya está incorporada en la base. Esta afirmación parece un contrasentido en este inicio de milenio donde nuestras vidas han cambiado, y van a cambiar, tan dramáticamente con la propagación de internet, la digitalización, IoT o la robótica. Pero justamente el argumento de Brown es que estas tecnologías no tendrán tanta repercusión en la capacidad de crear más valor con menos recursos, excepto en industrias muy concretas. Dicho de manera ingeniosa por Garicano, nuestras tatarabuelas estarían muy perdidas en las cocinas de nuestras madres, (neveras, microondas, batidoras, robots de cocinas etc.), pero no parece que nosotros vayamos a estar muy perdidos en las cocinas de las casas de nuestros hijos.
• Los trabajos se pueden dividir con dos criterios: ‘alto componente manual’ y ‘alto componente intelectual’, por un lado, y ‘rutinizables’ y ‘no rutinizables’. Esto configura una matriz dos x dos, en la que lo ideal es alejarse de aquellos cuadrantes de puestos de trabajo que pueden ser sustituidos por una máquina o un software, sin perder de vista que las fronteras son engañosas. Un trabajo manual y rutinizable es el de conductor de camión, una actividad que hoy emplea a miles de personas de clase media en el mundo. En cincuenta años, por poner una fecha mágica, esta profesión habrá desparecido, dado que los vehículos serán ‘auto-conducidos’. Ya podéis intuir que en este escenario, los hombres salen peor parados que las mujeres, pues se concentran más en trabajos ‘manuales’. Un trabajo ‘intelectual’ rutinizable, que desparecerán, son los puestos de back-office de una aseguradora, donde hoy existen profesionales gestionando el papeleo de los partes de seguros. La lógica dice que las aseguradoras van a ‘algoritmizar’ estas funciones de menor valor añadido. Difícilmente serán rutinizables trabajos de gestión directiva o de alto componente creativo o abstracto (un escritor, un sociólogo, un artista, un diseñador). Pero en las fronteras habrá puestos donde no esté claro: ¿puede un software o robot enseñarnos idiomas? Quizá sí. Tampoco desparecerán trabajos ‘con alto componente manual’ no rutinizables, donde la empatía y la vocación de servicio son primordiales. Pensemos en trabajos de enfermería, asistentes sociales, o incluso peluqueros.
• Como vemos, según el economista, van a desaparecer miles de puestos de trabajos que dan sustento tradicionalmente a la clase media. Por eso hay mucho votante asustado ante el futuro que se avecina: es duro saber que será difícil vivir en un mundo más amable que el de tus padres y que quizá tu nivel de vida sea menor que el de ellos. De aquí el descontento con ‘el sistema’ de muchos votantes, que prefieren a salvapatrias populistas. Joe Smuch, trabajador de una fábrica de Ohio, que realiza un trabajo eminentemente manual, basado en su capacidad física, ve que su mundo empieza a desmoronarse. Es hasta cierto punto fácil entender que sea atraído por los cantos de sirena de un personaje como Trump. El reto para las democracias occidentales es, por tanto, qué hacer con estas personas cuya posición será cada vez más frágil en el mercado de trabajo. Garicano argumenta que sin políticas de apoyo e inclusivas para estos grupos de población, y sin un cambio radical en nuestros sistemas educativos de corte decimonónico, nuestras sociedades acabarán más y más asustadas. Este es el caldo de cultivo donde prosperan los populistas de derecha y de izquierda que prometen el paraíso en la Tierra. Como veis, un poco de política sí que habló. Y se agradece.